miércoles, 4 de junio de 2014

La lógica del contrarrevolucionario, por Gonzalo Müller.



‘’Se observa una manera de comunicar y defender cada reforma: baja o nula tolerancia a la crítica y facilidad para descalificar al crítico, sin diferenciar si es opositor, aliado o tercero afectado’’.





La lógica del contrarrevolucionario,
por Gonzalo Müller.


En medio de una marejada de reformas estructurales y temas de debates abiertos por el Gobierno de Michelle Bachelet en estos primeros 84 días, aparece una misma manera de comunicar, diagnosticar y defender cada una de las reformas: la baja o nula tolerancia a la crítica y la facilidad con que se cae en la descalificación del crítico, sin diferenciar si es un opositor o un aliado, o muchas veces sólo un tercero afectado. Esta es la lógica según la cual todo el que no esté a favor es un opositor, más aún, un contrarrevolucionario.


Se menosprecia la democracia y el funcionamiento del propio Congreso cuando reformas complejas se debaten bajo ese prisma, sin dejar espacio a la duda razonable sobre los efectos y reduciendo el diálogo a la simple aceptación. Son muchos los casos de personas, incluso de Parlamentarios de la propia Nueva Mayoría, que discrepando públicamente de algunas normas, se han visto duramente cuestionadas en su lealtad hacia el Gobierno y presionados a silenciar sus diferencias o incluso a retractarse. Leer los cambios de opinión frente a la reforma tributaria del Senador Andrés Zaldívar, referente de la Democracia Cristiana, da una idea de lo arraigadas que estas prácticas se encuentran hoy.


Incluso a los ex Ministros de Hacienda de la antigua Concertación —Foxley, Aninat, Velasco y Marfán— no les ha ido mucho mejor, y han sido cuestionados de manera personal, cuando no derechamente descalificados, por emitir juicios críticos o dudas sobre las repercusiones de la reforma tributaria.


En la reforma educacional se repite el mismo modus operandi: no se busca convencer ni sumar a los críticos u opositores, sino simplemente presentarlos como contrarios al interés general y como defensores de intereses particulares. Hoy se entiende mejor el episodio de la fallida Subsecretaria de Educación Claudia Peirano y su renuncia, o el maltrato y descalificaciones recibidos por la ex Ministro de Educación Mariana Aylwin, debido a sus reparos sobre la forma en que el Gobierno plantea la reforma educacional en lo tocante a la educación particular subvencionada.


La manera como se descalifica a la Iglesia Católica por pronunciarse sobre su oposición a la posibilidad de aprobar el aborto en Chile o a la propia reforma educacional, hace evidente que esta lógica del contrarrevolucionario puede afectar sin distinción a todos. En esta práctica lo relevante no es contestar la crítica, sino descalificar a quien la emite.


Tanto descuido por el necesario diálogo democrático, junto a la incapacidad de escuchar que demuestran el Gobierno y sus Ministros, va generando dudas sobre las verdaderas bondades de las reformas iniciadas, que no son capaces de convencer por sus atributos y que requieren permanentemente el apoyo del garrote. Esta polarización política se opone a la necesidad de que en materias importantes no rija sólo la imposición de una mayoría eventual, sino la construcción de un consenso más amplio, que es lo único que garantiza que una vez aprobadas o iniciada su aplicación no sean revertidas por un posterior cambio de Gobierno.


Si algo dificulta el desarrollo de los países es la inestabilidad política e institucional, que puede condenarlos a una espiral de pobreza y populismo, la mezcla de falta de consensos mínimos entre los actores sociales y la imposición de cambios a partir de mayorías eventuales. Latinoamérica está llena de ejemplos que debieran servirnos de advertencia de que una mala política inevitablemente termina teniendo duros costos para los pueblos, especialmente para sus miembros más vulnerables.



Tomado de vespertino La  Segunda.
 
 

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