‘’Se observa una manera de comunicar y defender
cada reforma: baja o nula tolerancia a la crítica y facilidad para descalificar
al crítico, sin diferenciar si es opositor, aliado o tercero afectado’’.
La lógica del
contrarrevolucionario,
por Gonzalo Müller.
En medio de una marejada de reformas
estructurales y temas de debates abiertos por el Gobierno de Michelle Bachelet
en estos primeros 84 días, aparece una misma manera de comunicar, diagnosticar
y defender cada una de las reformas: la
baja o nula tolerancia a la crítica y la facilidad con que se cae en la
descalificación del crítico, sin diferenciar si es un opositor o un aliado, o
muchas veces sólo un tercero afectado. Esta es la lógica según la cual todo el que no esté a favor es un
opositor, más aún, un contrarrevolucionario.
Se
menosprecia la democracia y el funcionamiento del propio Congreso cuando
reformas complejas se debaten bajo ese prisma, sin dejar espacio a la duda
razonable sobre los efectos y reduciendo el diálogo a la simple aceptación. Son muchos los casos
de personas, incluso de Parlamentarios de la propia Nueva Mayoría, que
discrepando públicamente de algunas normas, se han visto duramente cuestionadas
en su lealtad hacia el Gobierno y presionados a silenciar sus diferencias o
incluso a retractarse. Leer los cambios de opinión frente a la reforma
tributaria del Senador Andrés Zaldívar, referente de la Democracia Cristiana,
da una idea de lo arraigadas que estas prácticas se encuentran hoy.
Incluso a
los ex Ministros de Hacienda de la antigua Concertación —Foxley, Aninat,
Velasco y Marfán— no les ha ido mucho mejor, y han sido cuestionados de manera
personal, cuando no derechamente descalificados, por emitir juicios críticos o
dudas sobre las repercusiones de la reforma tributaria.
En la reforma educacional se repite el mismo
modus operandi: no se busca convencer ni
sumar a los críticos u opositores, sino simplemente presentarlos como
contrarios al interés general y como defensores de intereses particulares.
Hoy se entiende mejor el episodio de la fallida Subsecretaria de Educación
Claudia Peirano y su renuncia, o el maltrato y descalificaciones recibidos por
la ex Ministro de Educación Mariana Aylwin, debido a sus reparos sobre la forma
en que el Gobierno plantea la reforma educacional en lo tocante a la educación
particular subvencionada.
La manera como se descalifica a la Iglesia
Católica por pronunciarse sobre su oposición a la posibilidad de aprobar el
aborto en Chile o a la propia reforma educacional, hace evidente que esta
lógica del contrarrevolucionario puede afectar sin distinción a todos. En esta
práctica lo relevante no es contestar la crítica, sino descalificar a quien la
emite.
Tanto
descuido por el necesario diálogo democrático, junto a la incapacidad de
escuchar que demuestran el Gobierno y sus Ministros, va generando dudas sobre
las verdaderas bondades de las reformas iniciadas, que no son capaces de
convencer por sus atributos y que requieren permanentemente el apoyo del
garrote.
Esta polarización política se opone a la necesidad de que en materias
importantes no rija sólo la imposición de una mayoría eventual, sino la
construcción de un consenso más amplio, que es lo único que garantiza que una
vez aprobadas o iniciada su aplicación no sean revertidas por un posterior
cambio de Gobierno.
Si algo
dificulta el desarrollo de los países es la inestabilidad política e
institucional, que puede condenarlos a una espiral de pobreza y populismo, la
mezcla de falta de consensos mínimos entre los actores sociales y la imposición
de cambios a partir de mayorías eventuales. Latinoamérica está llena de ejemplos
que debieran servirnos de advertencia de
que una mala política inevitablemente termina teniendo duros costos para los
pueblos, especialmente para sus miembros más vulnerables.
Tomado de vespertino La Segunda.