El 21 de mayo: ¿medios o fines?,
por Sebastián Iglesias
Sichel.
Hace
algunos días conversaba con un gran amigo, histórico militante socialista-
quién me decía: “uno de los grandes dilemas de nuestra centroizquierda es que a
veces cometemos el pecado de concentrarnos más en gastar y perseguir la riqueza
que en generarla”. Dentro de los grandes avances de la modernización de nuestro
sector político post triunfo de los neoconservadurismos en el mundo y caída del
muro de Berlín, fue aprender que además de seguir avanzando en la protección y ampliación de los derechos sociales, uno de
las principales tareas era administrar de manera eficiente el Estado y aprender
el rol fundamental del sector privado en el crecimiento del país.
Ahí
estriba una diferencia fundamental con la derecha: entender que el crecimiento
no es suficiente y que el Estado juega un rol fundamental en la generación de
una política industrial que provoque la expansión del crecimiento, en la
creación de garantías sociales explicitas que generen mínimos de dignidad, en
la redistribución del ingreso a través políticas sociales y una política
tributaria eficiente; y en la ampliación de las libertades individuales. El
Estado debe ser un mejor Estado, no un menor Estado. Para los que provenimos
además del mundo comunitario, hay algo tan relevante como la sociedad o la
persona en esta ecuación: la sociedad
civil o comunidades, no como grupos de presión, sino como parte esencial de la
consecución del bien común.
En
síntesis, aprendimos es que generación de
riqueza debe ir de la mano de la distribución de la misma, y que el rol del
Estado debe ir asociado a mayor participación de la sociedad civil en la toma
de decisiones sociales y ampliación de las libertades personales.
El aprendizaje mayor de este proceso fue enamorarse de los fines –mejor calidad
de vida, mayores libertades, mayor equidad, mejor Estado y mejor sociedad
civil- y no de los medios – el Estado, determinados grupos de presión, ciertas
opciones de vida. Los errores
que llevaron al triunfo cultural de la derecha fueron exactamente esos: igualar
fines y medios a la misma categoría y tratar de imponer los medios como
cosmovisiones.
En
estos días algunas de nuestras afirmaciones no pasarían un test ácido que
pruebe dicho aprendizaje: declaraciones con una mirada elitista sobre la opción
de los padres para optar por un colegio subvencionado (“para estar con gente de
pelo más claro o por optar por un nombre inglés”), centrar la discusión
tributaria entre los que quieren “defender a
los poderosos de siempre” o los que defienden a los “pobres, o hablar de la
cultura empresarial como algo indeseable. Muestras elocuentes de enamoramiento
de los instrumentos y no los fines.
En
el marco de los anuncios del 21 de Mayo, este debate se vuelve a hacer
presente. Cuesta imaginarse que alguien que pertenezca a la centro izquierda no
pueda sentirse conmovido por la épica que presenta la Presidenta Bachelet en
sus primeros meses de Gobierno y corona con este discurso: grandes reformas
para construir un país más justo. Ese es el principal triunfo cultural: el
reconocimiento de la necesidad de las reformas por la inmensa mayoría del país.
Y concentrada en tres ámbitos fundamentales: recaudación fiscal y
redistribución de ingresos a través de una reforma tributaria, generación de
capital cultural y equidad a través de la reforma educacional y un nuevo pacto
social a través de una nueva Constitución. Fines impecables para los que
aspiramos a un modelo de desarrollo inclusivo.
Pero
la gran tarea es ajustar los medios para conseguir esos fines. En la reformas
presentadas hasta el 21 de mayo queda una brecha que salvar hacia adelante: el
proyecto de reforma educacional es un gran avance para eliminar la
selección por pago o el lucro en educación, pero poco a nada hace para el fin
que hemos definido: mejorar la calidad de la educación En la reforma
tributaria, el fin perseguido es recaudar más y redistribuir mejor, pero
seguimos enamorados y discutiendo entre sostener el FUT o eliminarlo. En lo que
viene, el desafío democrático es hacer posibles los fines declarados en el
programa y en los anuncios del 21 de mayo. Y ahí al menos operan tres máximas: de nada sirven la retórica
irreflexiva de quienes se sienten dueños de la épica y responsables de definir
los medios (“el programa soy yo”), menos sirven los que menosprecian la labor
deliberativa del Congreso para alcanzar mejores medios –proyectos de ley- para
esos fines (“el corazón no se de la reforma no se toca”) y
sobre todo es nefasta la grandilocuencia y la soberbia del que todo lo sabe
para alcanzar los fines perseguidos (“lo que el movimiento social quiere” o “la
gente pide más Estado”). En democracia el mandato que da una elección si duda
es hacer un Gobierno a la altura de el Programa propuesto: pero esa misma
democracia entiende que los proyectos de ley, políticas públicas o gestión
ejecutiva que los hace posibles, requiere no sólo controles y balances
(separación de poderes, funciones colegiadas, elecciones de múltiples
autoridades, etc) sino que se sustenta en entender que exactamente el valor de
la democracia es más que la simple suma de mayorías y minorías, es entender que
en la deliberación y la confrontación de las ideas, nacen mejores proyectos.
Volviendo a la reflexión de mi amigo, una cosa me
queda clara: el objetivo nunca debe permitirnos descuidar la principal
finalidad: llevar a Chile al desarrollo implica no descuidar uno de los medios
principales, seguir generando riqueza, pero ahora redistribuyéndola de mejor
forma. En esto no nos podemos equivocar.
Tomado de http://voces.latercera.com/2014/05/26/sebastian-sichel/el-21-de-mayo-medios-o-fines/