Segregación,
esa palabra falaz
por Gonzalo Rojas Sánchez.
Quienes han instalado la noción de segregación
en el sistema educacional chileno han logrado una victoria semántica
importante. No faltan los Parlamentarios ni los especialistas partidarios de
una sociedad libre que se lamentan angustiados -"segregación,
segregación"-, como si fuera un mantra liberador.
Pero haber colocado el concepto como marco
principal de referencia será uno de esos logros que terminarán conduciendo a
los más lamentables fracasos, porque inspirará decisiones muy importantes sobre
supuestos falsos.
¿Cuáles son esas falacias?
Estas dos: Todos los que pagan lo mismo por la
educación de sus hijos son iguales; todos los que pagan lo mismo por la
educación de sus hijos permanecen en la misma situación. Así, sobre la base de
esos grupos de iguales, cerrados y estables, se configurarían unos supuestos
guetos, inaccesibles a las familias diferentes, las que serían de ese modo...
segregadas y para siempre.
Ambas cosas son falsas.
Los que pagan lo mismo son muy distintos entre
sí, en primer lugar porque son muy apreciables las diferencias sociales,
culturales, raciales, ideológicas, etarias y en todos los etcéteras
imaginables, entre las familias con pagos similares. Solo una mentalidad
materialista (en esto, mayoritariamente los Gobiernistas hacen honor a sus
convicciones) puede considerar que la igualdad está determinada por el monto de
los ingresos familiares. Y, en segundo lugar, porque a su vez esa misma
cantidad destinada al pago o copago es un porcentaje muy diverso de los
ingresos de cada familia, dada la diferente valoración que hacen las personas
de la importancia que adjudican a la educación. Un taxista esforzado puede
estar destinando más del 10% de sus ingresos para que sus hijos estén en
determinado colegio, al que otros padres -profesionales acomodados, y por las razones
que sean- solo destinan el 2% de sus entradas.
Falso es también que una vez configurado el
grupo de familias que pagan o copagan, en cada colegio cuaje un molde
inmodificable. Si hay un gasto familiar en que la inmensa mayoría de los
chilenos está dispuesto a esforzarse más y más, es justamente en educación, lo
que los lleva a buscar una mejor opción, en cuanto pueden pagar más (porque la
gente cambia de trabajo y los sueldos mejoran, ¿no?). Sacan a sus hijos de un
determinado colegio de desiguales, para matricularlo voluntariamente en otro,
de gente también desigual. Por cierto, esto es repugnante para la mentalidad
socialista, porque expresa la libertad de los grupos humanos y demuestra que la
movilidad es intrínseca a los buenos sistemas, a los sistemas que implican
legítimos acuerdos entre partes, sin la atosigante intervención del Estado.
Desgraciadamente, no solo son falsos los
supuestos, sino que también serán falaces los resultados de las políticas
inspiradas en aquellos.
Será imposible generar diversidades absolutas
en los colegios del futuro, en esos establecimientos supuestamente
integradores, porque eso implicaría una determinación de cuotas por categorías
de niños hasta el infinito. Y será imposible también detener la natural
movilidad que se producirá en todo colegio, cuando haya quienes decidan
marcharse a otro lugar.
Bueno, ciertamente estas dos últimas objeciones
pueden subsanarse fácilmente: ya lo hicieron los Estados totalitarios,
determinando las cuotas por categorías prefijadas y estableciendo la obligación
de permanencia en un colegio específico.
Si hay un tema en que la energía Estatizante
deviene con facilidad en totalitaria, es precisamente el educacional, porque es
ahí donde el proyecto socialista puede ser derrotado.