El
récord de Bachelet,
por
Andrés Benítez.
No es posible dejar contentos a todos, dijo la Presidente al anunciar el proyecto de reforma de educación superior. Tiene razón. Pero una cosa muy distinta es no dejar contento a nadie. Los estudiantes, furiosos, piden la renuncia de la Ministro. Las universidades dicen no haber sido escuchadas y que la iniciativa atenta contra la calidad de la educación. Los Parlamentarios de la Nueva Mayoría se muestran reticentes. Tanto que muchos pedían suspender el envío hasta que se lograran acuerdos mínimos.
Pero el Gobierno,
como lo hizo en estos dos años y medio de elaboración de las más
de diez versiones del proyecto, no le hizo caso a nadie y lo envió
al Parlamento a su pinta. El
resultado está a la vista: se trata de una iniciativa que no flota
desde el punto de vista técnico, ni tampoco político. Frente a
esto, las autoridades dan una respuesta insólita. Dicen que se trata
de un conjunto de ideas que ahora el Parlamento tiene que discutir y
modificar. Un reconocimiento claro de que ni ellos mismos están
dispuestos a defender su propia obra. Algo inédito en la política
chilena.
La situación no
es menor. Deja en la mesa un proyecto tan confuso, que llegar a
puerto será un camino largo y tortuoso. Y como todo esto sucederá
en un período electoral, las posibilidades de que de esto salga un
camello son altas. La otra, como advierten muchos, es que ni siquiera
se termine de discutir en este Gobierno, algo que es igualmente malo,
porque en el intertanto, las instituciones de educación superior y
sus alumnos, vivirán sin reglas claras. Todo esto tiende a paralizar
un sector vital para el desarrollo del país.
Pese a
ello, hay cosas que el proyecto despeja. La más obvia es que la
gratuidad universal es imposible de lograr. La idea fue siempre mala,
no sólo porque no hay recursos, sino también porque no tiene
sentido financiar la educación a los sectores de más altos
ingresos, cuando el país tiene grandes desafíos en otras áreas
relevantes como la salud, la vivienda, e incluso en el sistema de
educación escolar.
Lo dijo con todas su letras el Ministro de Hacienda, al plantear que
cuando Chile tenga más recursos deberá discutir si quiere
utilizarlos en la gratuidad de todos o en otras necesidades. La
respuesta es obvia.
Pese a ello, la
Presidente no cede. Dijo en su discurso que el proyecto fija el
camino hacia la gratuidad universal. Ella sabe que no es así, toda
vez que se plantea que para lograrlo se requiere el equivalente a
hacer dos nuevas reformas tributarias. Eso es imposible. Todos lo
entendieron así, menos ella.
Bueno, por algo
estamos como estamos. Esta semana, Bachelet alcanzó un nuevo récord:
ser la de menor aprobación desde que existen las encuestas. El
rechazo a su Gobierno llega casi al 80%. Incluso en los sectores de
menores ingresos su apoyo no supera el 25%. O sea, lo que está
pasando no le gusta a nadie.
Que un
Mandatario entre en desconexión total con la gente puede suceder.
Pero que, pese a ello, no corrija el rumbo, es inédito. Bachelet,
con su actitud, demuestra que está dispuesta a inmolarse. Algo que,
de seguro, no estaba en los planes de nadie, ni siquiera en los que
la apoyaron.
(Artículo tomado de Diario La Tercera)